2 de junio de 2025
La historia del único sobreviviente de una tragedia aérea y la frase de su hija que lo salvó: “Tengo miedo de que algún día no vuelvas”

El 2 de junio de 1995 Ricardo Romanelli se subió a una aeronave que lo llevaría a Paraná donde se haría cargo de la reestructuración de la aerolínea que daba pérdidas millonarias. Minutos después, en medio de una sudestada, tenía un único objetivo: llegar a la costa para que el agua no se lo tragara. En el día en que recuerda su “segundo cumpleaños” cuenta cómo vive, qué hizo con la experiencia que le cambió la vida
—A veces, cuando mirás las experiencias que vas teniendo, te das cuenta de que, sin saberlo, te fuiste preparando durante toda tu vida para poder afrontar esa situación. Yo he sido y sigo siendo un tipo muy deportista. Soy un muy buen nadador, he nadado en aguas abiertas, y esa es una de las razones, probablemente, por las cuales me salvé. Tengo una personalidad sumamente resiliente, he enfrentado un montón de situaciones adversas en mi vida, empezando por la pérdida de mi padre cuando era muy chiquito. Así que supongo que la vida me fue entrenando para eso, sin saberlo.
—Lo vivo muy intensamente. A veces estoy viajando y no estoy o no tengo un río, ni agua cerca para hacerlo. Pero sí, me afecta mucho. Yo volví a nacer ese día y de hecho mi familia me lo celebra como un segundo cumpleaños.
De la tragedia ya dio detalles. Treinta años más tarde elige hablar de resiliencia. Pero en la conversación, como en su vida, el río vuelve. Siempre vuelve.
***El viernes 2 de junio de 1995, Ricardo —que entonces tenía 43 años, estaba casado y tenía hijos de 13, 11 y 9— salió de su casa por la mañana, como todos los días. Tuvo reuniones de trabajo en el centro porteño y por la tarde volvió a su casa a buscar un bolso para viajar a Paraná.El avión que debía abordar a las siete de la tarde, en aeroparque, era uno privado de la Línea Aérea de Entre Ríos (LAER) —una aerolínea estatal entrerriana que unía la ciudad de Buenos Aires con el litoral—. Ricardo había sido contratado para asesorar y reestructurar la compañía que tenía una flota de tres aviones pequeños y pérdidas millonarias.
Ricardo no había pensado en esa posibilidad. La angustia repentina de su hija no le despertó ningún presagio. Debía trabajar; prometió que volvía y se fue.
Sobre la hora pactada el avión despegó con siete personas a bordo: el piloto, el copiloto, el presidente de LAER, dos pasajeros que necesitaban llegar a Entre Ríos y no habían conseguido vuelo de línea, Ricardo y un amigo suyo “de toda la vida”, a quien había invitado a formar parte del nuevo proyecto que iba a comenzar con la aerolínea. Minutos después sobrevolaban el río sin saber que se había desatado una sudestada. Apenas subió y se abrochó el cinturón Ricardo clavó los ojos en papeles del trabajo. Hasta que no vio más nada.Así le contó hace cinco años a la periodista Gisele Sousa Dias lo que sucedió en ese momento: “Pocos minutos después y sin ninguna señal previa, sentí el impacto. Se apagaron las luces y empezó a entrar agua por todos lados. El cerebro humano no tiene amortiguadores, con lo cual, si estás volando a 200 kilómetros por hora cuando pegás contra el agua es como si chocaras contra una pared de hormigón armado. Yo no perdí el conocimiento, pero cuando reaccioné no entendía dónde estaba, qué había pasado”.Lo cierto es que esa instrucción le hizo notar que a su lado había un ojo de buey de emergencia. La fuerza del río era imparable, el avión se hundía. Ricardo logró abrir la salida a los codazos. El agua empezó a entrar sin clemencia. Él se desabrochó el cinturón de seguridad y logró salir por la abertura.
Rodeado por la espesura de la noche y el agua helada, con el río encrespado con olas debajo y la lluvia copiosa encima, tardó unos instantes en entender lo que había pasado. Intento mantener la calma para poder flotar. Las olas lo envolvían una tras otra. Tragaba agua.
Al no ver a nadie se sumergió unos metros para intentar hallar el avión y ayudar al resto a salir. Fue un esfuerzo en vano. Casi sin aire comenzó a nadar para volver a la superficie pero las botas tejanas que llevaba puestas, llenas de agua, lo jalaban hacia abajo “como dos baldes de hormigón en los pies”, contó a Infobae en 2020. “Debo haber estado 45 minutos tratando de sacármelas y no pude. Si sacarte botas sentado en el borde de la cama es difícil, imaginate sacártelas en el agua, cuando no hacés pie”. “No había empezado a nadar y ya estaba físicamente agotado. En ese momento pensé: ‘No puedo más’. Me empecé a hundir, las botas me empujaron rápidamente hacia el fondo. Ahí empecé a experimentar el proceso de la muerte”. Fue cuando recordó las palabras de su hija.Con su familia como motor y el objetivo irrenunciable de llegar a tierra firme, puso toda su determinación al servicio de su supervivencia. Salió de nuevo a flote, logró sacarse las botas y el jean para nadar más rápido —sabía que tenía poco tiempo antes de que la hipotermia le frenara el corazón— y sin tener claro hacia dónde, divisó unas luces a lo lejos y comenzó a nadar.
Las brazadas finales lo sacaron a tierra en Punta Carrasco, una zona conocida por sus instalaciones para eventos, after office y celebraciones. Se apareció, como un fantasma en calzoncillos, en un salón de fiestas donde tocó la ventana para pedir ayuda a los mozos que preparaban el lugar.
***
—Esas situaciones en las que podés perder la vida dejan una cicatriz muy profunda, muy difícil de olvidar, porque te vienen a la mente todo el tiempo, el resto de tus días —dice ahora.—Sigo teniendo visiones del accidente estando despierto, mi mente a veces se va ahí. Es imposible olvidarte.
—Fue un proceso de reflexión profundo. Leí mucho sobre este tipo de situaciones de otras personas y leí mucho acerca de la vida después de la muerte, una pregunta que todo ser humano se hace en algún momento. Yo comencé a vivir el proceso de la muerte porque en un momento dado, por el agotamiento que tenía, me entregué y me empecé a ahogar, y esto me enseñó a perderle el miedo. La muerte es algo que a todas las personas les estremece de manera tal que, cuando te pones a reflexionar al respecto, automáticamente la mente lo primero que hace es pensar en otra cosa.
Este bagaje literario, reflexivo, y los interrogantes que no dejaron de girar a su alrededor se tradujeron, para Ricardo, en la adquisición de un nuevo sentido de la vida y de la experiencia traumática que había protagonizado.
—De alguna manera trato de explicar qué pasa cuando uno se enfrenta a una adversidad de cualquier naturaleza, no necesariamente como esta. Cuáles son los mecanismos para tratar de superar esa situación. Yo identifiqué algunos que creo que, inconscientemente, utilicé. Que, en esencia, implican fijarte un objetivo de corto plazo vinculado a la situación que estás viviendo o paralelo a la situación que estás viviendo, focalizarte en ese objetivo y poner todo tu esfuerzo, absolutamente incondicional, para salir de esa situación. A ese proceso lo terminé llamando “la ventana de la esperanza”. Cuando te enfrentás a ese objetivo no podés dudar, tenés que poner todos tus recursos al servicio de lograrlo. Es muy importante que uno crea en sus capacidades y en sus competencias. No podés pararte a reflexionar si es realmente lo que debés hacer: tenés que hacerlo.
—Lo otro que es importante entender es que, en general, cuando uno enfrenta una situación como esa necesita darle sentido a la vida y eso te lo da siempre algo que está fuera de vos, de tu persona: lo hacés por algo o por alguien. Esa es la segunda reflexión, entender que uno sale de estas situaciones por algo o por alguien. En mi caso fue por mi familia.
***
Su objetivo a corto plazo, ese que se fijó después de recordar las palabras de su hija la noche del 2 de junio de 1995, era llegar a la costa. Salir del río. Para concretarlo, dice, fue clave “haber desarrollado una personalidad resiliente”, lo que le adjudica —y le agradece— al deporte en equipo, concretamente al rugby. En sus años de reflexión sobre el asunto entendió que estos dos ejes, objetivo fijo y resiliencia, van juntos en los momentos difíciles. Y es en lo que se explaya cuando lo invitan a hablar sobre cómo manejar la adversidad.Además de la resiliencia, de cómo enfrentar una situación desafiante o límite, de perder el miedo a la muerte, aquel 2 de junio de 1995 Ricardo adquirió otra cosa: la posibilidad de ver y pensar la vida de otra manera, de encontrar la felicidad todos los días.
—El primer modo es lo que se llama el modo común y el segundo es la forma ontológica. Cuando vos lo mirás de modo común le prestás atención, por ejemplo, a los bienes económicos, a la riqueza, a la belleza, a la edad, al poder. Y lo que aprendés con esto [con un hecho traumático] es que esas son evanescentes distracciones de la vida. Porque todas esas cosas cambian. Vos podés quedarte sin dinero, sin poder, vas a envejecer. Entonces lo importante es aprender a mirar la vida y las cosas con respecto a qué son. Cuando hacés eso, lo que estás haciendo es mirar todas las cuestiones que te rodean y que no cambian con el tiempo. Básicamente ahí empezás a entender que lo que importa es vivir todos los días como si fuera tu último día, entender, cuando te levantás a la mañana, que este día nuevo que vas a vivir es irreproducible, que está totalmente virgen y podés hacer lo que vos quieras y realmente te propongas hacer con él.
—En el fondo es eso. Esta es mi contribución, lo que yo aprendí después del accidente. Yo soy un tipo común, igual que cualquier otro. No soy un genio, un superhombre ni nada por el estilo. Soy una persona a la cual simplemente le tocó vivir lo que le tocó vivir, como me han tocado otras situaciones muy críticas en la vida, y traté de acomodarlo de la mejor manera posible.
Ricardo dice que tuvo suerte: de no desmayarse en el impacto como el resto de los pasajeros del avión; de vivir el comienzo del “proceso de la muerte” que le permitió dejar de temerle; de haber salido del agua justo cuando el cuerpo marcaba 27 o 28 grados, la temperatura límite en la que el corazón deja de funcionar.
Volvió a nadar. De vez en cuando, pero no le resulta fácil. Necesita que alguien cercano, algún afecto, esté con él, lo cuide.
COMPARTIR:
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!